Localizar a los 43 normalistas de Ayotzinapa en la escarpada región del norte de Guerrero (que abarca nueve municipios) es como buscar una aguja en un pajar gigante, en el espacio infinito. Pero una aguja escondida y fragmentada intencionalmente
, señala el físico Pablo López Ramírez, director del Centro de Investigación en Ciencias Geoespaciales (Centro Geo, del Conahcyt).
Con un equipo de matemáticos, geógrafos y expertos en análisis de datos, el Centro Geo aportó conocimientos científicos y tecnológicos a través de datos espaciales, percepción remota y otras herramientas. Entre otras contribuciones, detectaron, analizaron y mapearon las comunicaciones de telefonía celular entre distintos actores los días de los hechos. Y a partir de estos mensajes intercambiados –todos en conocimiento y poder de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en tiempo real– se identificaron y determinaron las zonas donde operaron las células de sicarios del grupo criminal Guerreros Unidos.
El mapeo de esta red de comunicaciones, que tuvo su mayor intensidad la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre de 2014, reveló piezas claves en la investigación. Principalmente, que efectivos del Ejército y los cuerpos policiacos sí tuvieron conocimiento –y en algunos casos participación– de lo que ocurría. También contiene pistas sobre el probable destino de los muchachos y los sitios donde los resguardaron. Además, se pudo determinar que en los escenarios operaron cuatro células delictivas y que los muchachos secuestrados nunca estuvieron juntos, sino que fueron dispersados en varios grupos.
Pero también se estableció que los estudiantes de Ayotzinapa, que eran espiados por el Ejército desde tiempo atrás, nunca tuvieron una sola comunicación con Guerreros Unidos o algún otro grupo criminal. El dato es muy significativo porque desmiente versiones que en tiempos de Murillo Karam eran diseminadas para estigmatizar al colectivo de estudiantes y descargar la responsabilidad en ellos.
Con estos datos, se pudieron definir y priorizar áreas de búsqueda en los territorios controlados por Guerreros Unidos, un espacio complejo, de orografía difícil
. Con las aportaciones de colectivos de buscadores, más los testimonios obtenidos y la colaboración de familias y comunidades, se establecieron zonas de trabajo: de Tepecoacuilco y Huitzuco hacia el oriente; alrededores de Cocula y Apipiculco al sur, y más al sur Mezcala y Carrizalillo. Hacia el occidente, Tianquizolco y Apetlanca. Hacia el norte, hasta las inmediaciones de Taxco.
Centro Geo inició en marzo de 2019 las 101 acciones de búsqueda. Terminaron su labor con la presentación del segundo informe de la Comisión de la Verdad y la Justicia para el Caso Ayotzinapa (Covaj). Pero quedaron a disposición de los nuevos equipos las herramientas, las aplicaciones y tecnología desarrolladas.
Descorazonadores resultados
A pesar de todos los recursos volcados para dar con el paradero de los estudiantes, el resultado es descorazonador, principalmente porque durante los cuatro primeros años las autoridades no buscaron, sino hicieron lo contrario: ocultaron y encubrieron.
En una década, sólo se han encontrado e identificado restos de tres muchachos. El primero, de Alexander Mora, fue encontrado en 2014 a orillas del río San Juan, cerca de Cocula, en un operativo turbio que más tarde se comprobó fue un montaje organizado por el entonces director de la Agencia de Investigación Criminal, Tomás Zerón (prófugo en Israel), el procurador del gobierno peñanietista Jesús Murillo Karam y la Secretaría de Marina.
Los otros dos, de Christian Rodríguez Telumbre y Jhosivani Guerrero, fueron encontrados hace un año en la Barranca de la Carnicería, cerca de Cocula, con información proporcionada por uno de los 30 testigos de identidad reservada que la unidad especial incorporó a las investigaciones y las herramientas científicas del Geo.
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